Imagen obtenida de https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=528048, bajo licencia de Dominio Público
¿Cómo llega el nombre de un
vikingo del siglo XI a figurar en una estatua de Venecia? Eso debió pensar el
diplomático sueco que, a finales del siglo XVIII, identificó las elaboradas
líneas grabadas en el lateral de uno de los leones que guardan la puerta del
Arsenal de Venecia como una inscripción rúnica, similar a las que se pueden
encontrar en muchos lugares de Escandinavia. En el cuerpo de una criatura
mitológica llamada “lindworm” (un ser
a medio camino entre un dragón y una serpiente) se puede leer un muy desgastado
mensaje en letras rúnicas. Según la interpretación de Erik Brate de 1914,
considerada actualmente la más probable, el mensaje es el siguiente:
“Lo cortaron en dos en medio de su ejército. Pero en el puerto los
hombres cortaron runas junto al mar en memoria de Horsi, un gran guerrero. Los
suecos escribieron esto en el león. Siguió su camino bajo buenos consejos, oro
ganó durante sus viajes.
Los guerreros tallaron runas, las labraron en un grabado ornamental. Æskell
[y otros] y Þorlæifʀ las mandaron grabar, ellos que vivían en Roslagen. (?), hijo
de (?) grabó estas runas. Ulfʀ y (?)
las colorearon en memoria de Horsi. Él ganó oro en sus viajes”
C.C. Rafn - "En Nordisk Runeindskrift i Piræus, med Forklaring af
C.C. Rafn", Antiquarisk Tidsskrift, 1855-57. Imagen obtenida de https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1603273, bajo licencia de Dominio Público
Nótese la similitud en forma y
contenido de la inscripción del león de Venecia con otras estelas rúnicas, por
ejemplo la piedra rúnica de Lindsberg, también del siglo XI y encontrada a
pocos kilómetros de Estocolmo, en Suecia. Las estelas rúnicas se dedicaban a la
memoria de miembros fallecidos de la familia y estaban, por lo general,
policromadas. Es de reseñar que, aunque el león no conserva restos de color, la
inscripción también hace referencia a que el grabado fue “coloreado”.
Piedra
rúnica de Lindsberg. Imagen de Berig,
obtenida de https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2287417, bajo
licencia CC BY 2.5.
La pregunta, por lo tanto, sigue
en el aire. ¿Cómo y por qué unos vikingos elegirían un león veneciano para
inmortalizar a un compañero caído?
Para encontrar la respuesta es
necesario remontarse a 1687, cuando Francesco Morosini, capitán del ejército
veneciano, tomó Atenas durante la Gran Guerra Turca contra el Imperio Otomano.
El león, de factura griega, había sido esculpido alrededor del año 360 AC, y
debía su nombre y fama al hecho de que había formado parte importante de la
decoración del puerto del Pireo en Atenas desde el siglo I AC. Tras el saqueo
de la ciudad por los venecianos, fue traído a la ciudad como botín de guerra, y
encontró su lugar guardando la puerta del arsenal como símbolo de San Marcos,
el santo patrón de la ciudad, cuyo animal es también el león.
Dado que la estatua no llegó a
Venecia hasta el siglo XVII, es lógico suponer que las runas fueron grabadas
cuando aún se encontraba en su ubicación original en Atenas. Sigue aún así
resultando chocante pensar en un grupo de vikingos suecos paseando por las
calles de la ciudad griega; sin embargo, y por curioso que parezca, eso fue
exactamente lo que ocurrió.
Los reponsables del “vandalismo
artístico” fueron miembros de la Guardia Varega, una unidad de élite del ejército bizantino, que desde el siglo X al XIV sirvió como guardia personal
del emperador. Se constituyó originalmente durante el mandato del emperador Basilio II, quien, como parte de un acuerdo
militar y a cambio de permitir el matrimonio de Vladimir I de Kiev con su
hermana, recibió de él un ejército de 6000 hombres de procedencia escandinava,
mayormente del territorio que hoy es Suecia. El emperador, considerando a sus
propios hombres como de poca confianza y tendentes a cambiar de lealtad con
preocupante facilidad, ofreció a los vikingos el puesto de guardaespaldas. La
posición de miembro de la Guardia Varega llegaría en los años siguientes a
llevar aparejado tal prestigio y riquezas, que una ley sueca de la época
llegaría a dictar que “ningún hombre
podrá heredar posesiones mientras se encuentre sirviendo en Grecia” a fin
de tratar de frenar la emigración de guerreros hacia tierras bizantinas. Es
también de resaltar que la existencia de la inscripción en el León del Pireo
indica que al menos una parte de los emigrantes eran capaces de leer y tallar
runas, una habilidad nada común entre el grueso de la población escandinava y
que sugiere que al menos una porción de los soldados procedían de estratos
sociales relativamente privilegiados.
La apariencia de los varegos debía resultar relativamente exótica a los
griegos: cronistas contemporáneos los describen como “bárbaros portadores de hachas” (Anna Komene, princesa de Bizancio,
en la Alexiada) y “todo el grupo porta escudos y cargan en sus
hombros un arma de un único filo, pesada y de hierro” (Michael
Psellus, historiador bizantino del siglo XI). El historiador contemporáneo Alf Henrikson describe a los soldados como
“de
pelo largo, con un rubí rojo en la oreja derecha y dragones ornamentados
cosidos en la cota de malla”.
Tras la invasión de Inglaterra
por los normandos, el cuerpo pasó a recibir gran cantidad de emigrantes
anglosajones y daneses. Con esta composición continuaría hasta su disolución,
por asimilación con otras unidades y poblaciones autóctonas, alrededor del
siglo XIV.
Como curiosidad final, no
solamente quedó el León del Pireo como testimonio del paso de los vikingos por el Imperio Bizantino: en la basílica de Hagia Sofía, en Estambul (entonces Constantinopla,
capital del imperio) se conservan un par de “grafitti” rúnicos del siglo IX.
Estas inscripciones, considerablemente menos ornamentadas y más clandestinas,
contienen los nombres de “Halfdan” y
“Ari” (o “Arni”)
Inscripción
rúnica en Hagia Sofía, Estambul – Imagen de Not home, obtenida de https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3284215 bajo
licencia de Dominio Público.
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