lunes, 26 de marzo de 2018

Historia de la Semana Santa: los Disciplinantes o “Hermanos de Sangre”

Las primeras hermandades de penitencia, o cofradías, de que se tiene noticia empiezan a aparecer en España a comienzos del siglo XVI, evolucionando muy probablemente a partir de cultos franciscanos a la Vera Cruz (reliquias de la cruz de Cristo) y de cultos ejercidos por los diferentes gremios a sus patrones. Las reglas más antiguas conservadas en Andalucía pertenecen a la Vera Cruz de Écija (1519-1520). Estos cultos se popularizaron, y acabaron dando lugar a procesiones completas dedicadas al culto a la Pasión, que se llevaban a cabo en Semana Santa. En estas primitivas procesiones, las figuras se llevaban a mano, bien por una persona, bien entre varias con la ayuda de varas; esto se cita a veces como causa del llamativo pequeño tamaño de los crucifijos más antiguos, como el de la Vera Cruz de Sevilla. Parte integrante de estas primitivas procesiones era una figura ya desaparecida: la del disciplinante.

 "Procesión de disciplinantes", por Francisco de Goya (1814-1816) - Versión de alta resolución aquí (Google Arts & Culture)

Se conocía como disciplinantes o hermanos de sangre a los hermanos de una cofradía que realizaban penitencia mediante la flagelación, siendo su contraparte los hermanos de luz, que los alumbraban, a ellos y a las imágenes, con hachones y que son la raíz de los nazarenos de hoy en día. Era la de la flagelación una práctica que se introduce en las comunidades religiosas españolas alrededor del siglo XI (Agustín de Herrera, en el año 1645, cita como su origen las predicaciones del obispo Gregorio de Ostia sobre el año 1100, enviado a España por el Papa), como forma de penitencia y para pedir la intervención divina en determinados asuntos; por ejemplo, es común encontrar flagelantes en las suplicaciones por el fin de la Peste Negra, y Cervantes, en El Quijote, los incluye en una procesión de súplica para pedir la lluvia. Las Siete Partidas de Alfonso X (siglo XIII) contemplan también la flagelación monástica como forma de castigo a los monjes que cometieran alguna falta: “Fallando los abades o los priores que sus monges hayan fechos algunos yerros, maguer sean pequeños, puédenles castigar dándoles deceplinas, segunt mandan sus reglas, con correas o con pértigas, quier hayan orden sagrada o non…, et esto deben facer por si mesmos o mandar a algunos de su orden que lo fagan”. Sin embargo, no es hasta el siglo XV, con los sermones de San Vicente Ferrer, quien predica el castigo corporal como forma de acercamiento al sufrimiento de Cristo, que la flagelación empieza a popularizarse también entre la población laica. En este contexto surgen las primeras cofradías.

Originariamente, los hermanos de luz acompañan a la imagen vistiendo túnica (blanca o negra) ceñida a la cintura, capirote alto y antifaz. Los hermanos de sangre llevan la espalda descubierta, bien por llevar ceñida sólo la parte inferior de la túnica, bien por llevar una abertura en la parte trasera. Durante la penitencia, los disciplinantes se golpean con un látigo de una o varias cuerdas con nudos y terminadas en abrojos, que son pequeñas piezas de metal con pinchos que recuerdan a esta planta; estas piezas, bastante dolorosas, se acabarían sustituyendo por bolas de cera o pez con vidrio machacado dentro. Existen otras variedades de disciplinantes: algunos llevan grilletes o van encadenados, otros son empalados (hacen la estación amarrados a troncos de árbol con cuerdas que se clavan en la piel). Según las crónicas de la época, frecuentemente acompañaba la penitencia el sonido de una trompeta o corneta que marcaba el ritmo de la marcha.  

Sin embargo, esta penitencia sangrienta degenerará pronto en espectáculo de masas. Los disciplinantes acabarán yendo a rostro descubierto, y la penitencia servirá como una forma de competición y exhibición de hombría donde la admiración del público, y sobre todo de las mujeres, es parte integrante del espectáculo. La condesa d’Alcoy describiría, en un viaje a Sevilla, cómo los jóvenes disciplinantes “volteaban de tal modo el brazo y asestaban el golpe con tal habilidad, que salpicaban unas gotas de sangre sobre el vestido de la muchacha, lo que era tomado como una máxima muestra de la galantería, de la que ellas podían presumir”. En 1604, el cardenal Niño de Guevara intentaría frenar este declive obligando, por ejemplo, a que la penitencia se realice a rostro oculto y sin poder llevar señales que los identifiquen; más curiosamente, se prohíbe que los penitentes vayan con falda corta, ya que algunos utilizan el atuendo para exhibir los genitales ante las mujeres. A éstas se les prohíbe realizar penitencia en público, por las mismas razones. Se prohíbe que el atuendo pueda esconder acolchados u otras piezas que disminuyan el castigo, el uso de sangre falsa, y el alquiler de penitentes pagados por parte de las hermandades o por personas pudientes que los contratan para hacer penitencia en su lugar. Todas estas medidas dan idea del nivel que ha alcanzado la práctica, pero, a su vez, su popularidad es tal que serán insuficientes para frenarla.

Finalmente, ya en tiempos de Carlos III (1777), una Real Orden dispondrá que las chancillerías y audiencias del Reino “no permitan disciplinantes, empalados, ni otros espectáculos semejantes, que no sirven de edificación y pueden servir a la indevoción y al desorden, en las procesiones de Semana Santa, Cruz de Mayo, rogativas ni en otras algunas; debiendo los que tienen verdadero espíritu de compunción y penitencia elegir otras más racionales, secretas y menos expuestas, con el consejo y dirección de sus confesores”. No bastaría esta primera orden; en 1799 se añadiría, según Julio Puyol, “pena de diez años de presidio y 500 ducados de multa a los nobles, y doscientos azotes y dos años de presidio a los plebeyos” que participasen en dichas procesiones, añadiendo también el historiador que fue necesario reiterar el mismo bando en 1802. Tras esta fecha, la tradición acaba finalmente eliminándose, aunque de forma muy paulatina: Goya aún vería con ojo muy crítico las procesiones, que considera una manifestación más de la irracionalidad de sus contemporáneos, en su cuadro “Procesión de disciplinantes” pintado entre 1814 y 1816.


Para seguir leyendo: 

Plática de Disciplinantes (Julio Puyol, Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 91 (1927), pp. 225-258 – texto íntegro disponible)
Hermanos de sangre sevillanos (Antonio Cattoni, en abc.es)
Cristo andando por Sevilla, José María de Mena, editorial Plaza y Janés, 1ª ed., Barcelona, 1992.