domingo, 28 de enero de 2018

¿De qué se ríen los cosacos?

En 1891, tras once años de trabajo, el pintor realista ruso Iliá Repin terminaba una de sus pinturas más famosas y complejas, “Cosacos zaporogos escribiendo una carta al sultán”. La obra fue un éxito inmediato para su creador, siendo adquirida inmediatamente por el zar Alejandro III por 35.000 rublos, la mayor suma pagada hasta la época por un cuadro ruso. 

"Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán Mehmed IV de Turquía" por Iliá Repin, 1891 (versión de alta resolución aquí) 

La pintura, de 2,03 m de alto × 3,58 m de ancho, esta ambientada en 1676 y en un campamento militar. En ella aparece un numeroso grupo de soldados, de todas las edades y con gran variedad de vestiduras y armas, agolpados en torno a una mesa en la que un escribano con pluma está redactando algún tipo de escrito. Lo que hace de la escena una imagen inusual, sin embargo, es el hecho de que muchos de los soldados están riendo a carcajadas. Incluso el escribano esboza una leve sonrisa. ¿De qué se ríen?

Iliá Repin está retratando en este cuadro una escena inspirada en una historia apócrifa que había escuchado de oídos de un historiador ruso, Dmytró Yavornytsky. Éste había conseguido una supuesta copia, hecha en el siglo XVIII, del escrito que aparece en el cuadro, y lo había leído ante un grupo de invitados, entre los que se contaba el pintor. 

Los soldados son cosacos; éste era un nombre que, en la época que representa el cuadro, designaba un conjunto de pueblos que vivían de forma autónoma, en sociedades militarizadas, en las estepas del sur de Rusia, y practicaban frecuentes incursiones en los territorios colindantes. Sin embargo, el término “cosaco” es asociado con más frecuencia con las estructuras que adoptarían a finales del siglo XVIII, cuando, tras sofocar el imperio ruso una serie de rebeliones de los cosacos, abolió su autonomía y los incorporó definitivamente a su territorio, convirtiéndolos en una casta militar. Con el imperio ruso, los cuerpos cosacos fueron una fuerza de élite que participó en numerosas campañas militares, desde las guerras napoleónicas a la primera guerra mundial; tras las revoluciones de 1917, formaron el núcleo del Ejército Blanco que se oponía a los Bolcheviques, siendo duramente represaliados tras el triunfo de los segundos. Tras la caída de la Unión Soviética, muchos cosacos regresaron a Rusia, donde, hoy en día, son reconocidos como una etnia propia.

Los cosacos del cuadro proceden de Zaporozhia, un territorio situado bajo los rápidos del río Dnieper, hoy la región central de Ucrania. Su ubicación entre las tierras de los zares rusos y el imperio otomano resultaba privilegiada, siendo los segundos frecuentemente objeto tanto de sus incursiones por tierra como de ataques piratas a sus puertos. El sultán Suleiman el Magnífico escribiría en 1539 al Gran Duque Basilio III pidiéndole que controlase a los cosacos; Basilio III respondió “Los cosacos no me juran lealtad, y viven como a ellos les place”. Diez años más tarde, el zar Iván el Terrible respondería a Suleiman de forma similar: “Los cosacos del Don no son mis súbditos, y van a la guerra o viven en paz sin mi conocimiento”

Así las cosas, en 1676 los cosacos habían derrotado a un ejército otomano; pese a la derrota, el sultán otomano Mehmed IV intentó que se sometieran a su mandato. Para ello, envió un ultimátum a los cosacos, con el siguiente mensaje:

“Sultán Mehmed IV a los Cosacos de Zaporozhia:

Como Sultán; hijo del profeta Mahoma; hermano del sol y de la luna; nieto y virrey de Dios, regente de los reinos de Macedonia, Babilonia, Jerusalén y Alto y Bajo Egipto; emperador de emperadores; soberano de soberanos; caballero extraordinario jamás vencido; firme guardián de la tumba de Jesucristo; fideicomisario y elegido del mismísimo Dios; esperanza y confort del pueblo musulmán; cofundador y gran defensor del cristianismo - Les ordeno a ustedes, Cosacos Zapórogos, a subyugarse a mí de manera voluntaria y sin resistencia alguna. Les ordeno, además, desistir de seguir incomodándome con sus ataques.”

La respuesta de los cosacos, que Repin retrataría dos siglos más tarde, no se hizo de esperar. El texto final refleja claramente el motivo de la hilaridad de los soldados, retratados mientras compiten entre ellos por aportar más y más contenido a la carta. 

“¡Cosacos zapórogos al sultán turco!

Oh sultán, demonio turco, hermano maldito del demonio, amigo y secretario del mismo Lucifer. ¿Qué clase de caballero del demonio eres que no puedes matar un erizo con tu culo desnudo?. El demonio caga, y tu ejército lo traga. Jamás podrás, hijo de perra, hacer súbditos a hijos de cristianos; no tememos a tu ejército, te combatiremos por tierra y por mar, púdrete.

¡Sollastre babilónico, loco macedónico, cantinero de Jerusalén, follador de cabras de Alejandría, porquero del alto y bajo Egipto, cerdo armenio, ladrón de Podolia, catamita tártaro, verdugo de Kamyanéts, tonto de todo el mundo y el inframundo, idiota ante nuestro Dios, nieto de la serpiente y calambre en nuestros penes! ¡Morro de cerdo, culo de yegua, perro de matadero, rostro del anticristianismo, folla a tu propia madre!

¡Por esto los zapórogos declaran, basura de bajo fondo, que nunca podrás apacentar ni a los cerdos de cristianos! Concluímos, como no sabemos la fecha ni poseemos calendario; la luna está en el cielo, es el año del Señor, el mismo día es aquí que allá, así que, ¡bésanos el culo!

Firmado: Koshovýi Otamán Iván Sirkó y toda la hueste zapóroga”

Como curiosidad final, Repin realizó una segunda versión más fiel a la época histórica; este segundo cuadro, de menos tamaño y calidad que el original, no sería concluído, y también se conserva hoy en día. 

Segunda versión (inacabada) del cuadro (versión de alta resolución aquí)

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