domingo, 14 de enero de 2018

El mensaje que pudo cambiar el mundo: la carta Einstein-Szilàrd y la bomba atómica

Leo Szilàrd (izquierda; imagen de Wikimedia Commons bajo licencia de Dominio Público) y Albert Einstein (derecha; imagen de Wikimedia Commons bajo licencia de Dominio Público)
 
El Premio Nobel de la Paz del año 2017 ha sido concedido a la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (puedes leer un poco sobre ellos aquí). Hoy en día, el peligro que conllevan este tipo de armas es bien conocido, debido en no pequeña parte a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945, que dejaron aproximadamente 210.000 muertos de forma directa y un número desconocido de personas fuertemente afectadas por secuelas derivadas de la radiación de fondo. El gran poder destructivo de estas dos bombas hizo que, hasta la fecha, Hiroshima y Nagasaki hayan pasado a la historia como el único caso en que las armas nucleares han sido empleadas directamente en un conflicto armado. Sin embargo, la “amenaza nuclear” colorearía gran parte de los años posteriores durante la Guerra Fría, y aún en la actualidad sigue influyendo fuertemente en la política internacional, de ahí la gran importancia de la iniciativa que ha recibido el Nobel. 

¿Cómo empezó todo?

En diciembre de 1938, dos científicos alemanes, Otto Hahn y Fritz Strassmann, descubren y publican la fisión nuclear del uranio; esto es, la posibilidad de fragmentar el núcleo de este metal pesado, dando lugar a elementos más ligeros y liberando una gran cantidad de energía en el proceso. Sólo un mes más tarde, los ya prestigiosos físicos Niels Bohr y Enrico Fermi llevarán esta información a la Quinta Conferencia de Físicos Teóricos celebrada en Washington, y en meses sucesivos, el propio Fermi y otros investigadores corroborarán que los experimentos alemanes están en lo cierto. Fermi trabajará en la Universidad de Columbia junto con el científico húngaro Leo Szilàrd, concluyendo que bajo ciertas condiciones sería posible llevar a cabo la reacción de fisión del uranio en cadena; esto es, conseguir que cada núcleo de uranio fragmentado, a su vez, emitiese partículas que fragmentasen otros núcleos. De esta forma, teorizaban, sería posible generar una gran cantidad de energía y calor de forma rápida, que podrían ser empleados tanto para abastecimiento eléctrico como para uso militar. 


El reactor de Stagg-Field en Columbia, el primer reactor nuclear de la historia capaz de llevar a cabo una reacción en cadena (1942). Imagen obtenida de Wikimedia Commons, bajo licencia de Dominio Público.

El 18 de marzo de 1939, Fermi dará una conferencia ante la Marina americana en la que advertirá de la necesidad de adelantar a los alemanes en el desarrollo de la nueva energía nuclear, pero sólo obtendrá como resultado una modesta suma de dinero para su investigación. Szilàrd, por su parte, expresará su preocupación sobre la posibilidad de que los alemanes lleven a cabo experimentos similares a los de Columbia. Esta preocupación le llevará a buscar una vía de comunicación directa con el presidente Roosevelt, que acabará siendo el economista y banquero judío Alexander Sachs, con acceso directo al presidente y quien le sugiere buscar una persona de prestigio internacional que firme una carta en que se expongan los motivos de Szilàrd. Ante esta sugerencia, Szilàrd decide contactar a Einstein, por aquel entonces residente en EEUU, y del que había sido colaborador durante los años 20. Éste accede a firmar la carta que Szilàrd le envía, y que será redactada al dictado por una joven colaboradora de la universidad, Janet Coatesworth; años más tarde, ésta recordará cómo, al escuchar hablar de “bombas de extrema potencia” y ordenársele además firmar la carta como “Albert Einstein”, llegó internamente a la conclusión de que su empleador estaba mal de la cabeza.

Por aquel entonces, se estimaba que eran necesarias varias toneladas de material radioactivo para fabricar una bomba. Por ello, un fragmento de la carta advertía de que “Este nuevo fenómeno llevaría a la construcción de bombas, y es posible – aunque mucho menos seguro – que permita construir bombas extremadamente potentes de un tipo aún desconocido. Una única bomba de este tipo, transportada por barco y hecha detonar en un puerto, podría arrasar el puerto entero y parte del territorio colindante. Dichas bombas serían, muy posiblemente, demasiado pesadas para ser enviadas por aire”. Solo siete meses tras la redacción de estas líneas, investigadores ingleses reducirán la masa crítica teórica necesaria para la reacción en cadena a solo diez kilos. El germen de la bomba atómica aerotransportada estaba ya plantado.

  La carta Einstein-Szilàrd (imagen obtenida de Wikimedia Commons bajo licencia de Dominio Público)

El 15 de agosto de 1939, la carta, ya firmada por Einstein, llega a manos de Sachs. Éste pide una audiencia con el presidente; sin embargo, el 1 de septiembre, Alemania inicia la invasión de Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial. Ante el panorama político, Sachs decide retrasar su audiencia con Roosevelt, que finalmente tendrá lugar el 11 de octubre de 1939. 

Durante su encuentro, Sachs lee al presidente la carta de Einstein, junto con una nota del propio Szilàrd y un documento de elaboración propia. Roosevelt, sin embargo, no muestra ningún interés, al considerar que la intervención gubernamental es todavía prematura. Sin embargo, antes de marcharse, el banquero consigue arrancar a regañadientes al presidente la promesa de un desayuno juntos al día siguiente. Este último encuentro será narrado, años más tarde, por el escritor austriaco Robert Jungk en su libro “Más brillante que mil soles”. Según Jungk, durante el desayuno, el presidente pidió explicaciones a Sachs, quien le respondió:

“Únicamente quiero contarle una historia. Durante las Guerras Napoleónicas, un joven inventor americano se presentó ante el Emperador de Francia y le ofreció la posibilidad de construír una flota de barcos de vapor, con la cual, pese a las inclemencias del tiempo, los franceses podrían atracar en Inglaterra. ¿Barcos sin velas? Esto le pareció al gran corso [Napoleón Bonaparte] tan imposible que despidió a Fulton [Robert Fulton, inventor del barco de vapor] sin más miramientos. En la opinión del historiador inglés Lord Acton, ésta es la historia de cómo Inglaterra fue salvada por la estrechez de miras de un adversario. Si Napoleón hubiera mostrado más imaginación y humildad en aquel momento, la historia del siglo XIX hubiera tomado un curso muy distinto”

La historia de Sachs terminó por convencer a Roosevelt, quien le respondería con una famosa frase: “Alex, lo que pretendes es que los alemanes no nos hagan volar por los aires”. El presidente respondió finalmente a Einstein agradeciéndole su carta, y autorizaría en meses posteriores la creación del “Comité Sobre el Uranio” para la investigación de la nueva energía, aunque el objetivo de éste no era aún la creación de armas nucleares. Conforme la guerra fue avanzando, este comité quedó en manos del Ministerio de Defensa y acabó dando lugar, en 1942, al Proyecto Manhattan. Éste era un proyecto de investigación ultrasecreto, a escala nacional y en colaboración con científicos ingleses, cuyo objetivo final era la obtención de la bomba atómica, que se materializó finalmente en las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Es interesante notar que, pese a la presencia de gran número de científicos de primera fila entre los reclutados primero para el Comité y luego para el Proyecto Manhattan, Einstein mismo fue vetado por el ejército, debido a sus “tendencias pacifistas”; él mismo consideraba la guerra “una enfermedad, contra la que él llamaba a la resistencia”. La posición de Szilàrd era muy similar; aunque él sí trabajó en investigaciones relacionadas con el Proyecto Manhattan, esperaba que la mera posesión de dichas armas sería disuasión suficiente para el resto de estados, y se opuso frontalmente a su empleo contra civiles, prediciendo además que su utilización desencadenaría la carrera armamentística entre EEUU y la URSS.

Tras los bombardeos, Einstein lamentaría profundamente haber firmado la carta. Un año antes de morir, en 1965, confesaría a su amigo Linus Pauling, “Cometí un gran error en mi vida – cuando firmé la carta al presidente Roosevelt recomendándole construir la bomba atómica; pero había una justificación – el miedo a que los alemanes pudieran conseguirla… ”
 
Para seguir leyendo: wikipedia.org (en inglés: Einstein-Szilàrd letter, Leo Szilàrd y otros artículos relacionados)

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