Carmo, Híspalis, Itálica… en nuestra provincia se alzaron varias ciudades que alteraron el curso de su historia, hitos culturales del mundo al que pertenecieron, ciudades a lo largo de todo un imperio que dominó el universo conocido, apoyándose en todas las culturas que le precedieron.
Hoy vengo a centrarme en una de estas grandes ciudades, en una Itálica dormida, una ciudad que ha yacido bajo tierra durante casi dos mil años y que a pesar de haber sido encontrada, aún no se ha desperezado después de su letargo.
Muchos de los que estáis leyendo esto habréis visitado el conjunto que permanece hoy en día a la vista del público, pero puede que pocos hayan reparado en lo magnífico que habría sido este lugar en su momento de esplendor. No hablamos de las cuatro calles que podemos ver hoy en día, sino de un complejo urbano no perceptible en su mayoría, cuya riqueza patrimonial no ha despertado todavía el suficiente interés como para encontrarla, a pesar de que ya se sabe donde está.
Vista aérea del complejo arqueológico de Itálica a la derecha y el actual pueblo de Santiponce a la izquierda. |
Para entender la magnificencia de este lugar, remontémonos a sus orígenes: hacia finales del s. V y principios del IV a.C, mucho antes de convertirse en suelo romano, era en su inicio un pequeño asentamiento atribuido a los turdetanos, y tardaría mucho en convertirse en la gran ciudad de la que hablamos, pues no fue hasta el año 206 a.C, tras la batalla de Ilipa, en la que Escipión derrotó a los cartagineses, cuando la civilización romana se fijó por primera vez en este sitio, no como un asentamiento, sino como un campamento provisional, al que no se le atribuyó más importancia, sin ser conscientes de lo que siglos más tarde significaría para su cultura.
Los siglos siguientes de nuestra ciudad quedan a la sombra de la historia de Roma, apenas se conservan menciones durante largo tiempo, y realmente no toma su mayor importancia hasta finales del s.I d.C, cuando se convierte en la cuna de Trajano, uno de los más grandes emperadores que Roma vio jamás, que amplió las fronteras del Imperio hasta límites insospechados, el gran Trajano que dio inicio a la importancia de las provincias que formaban la periferia del imperio frente a la Península Itálica (por la cual, paradójicamente, fue nombrada la ciudad que nos ocupa), dando inicio a una época dorada que alimentó a todos los que antes habían quedado relegados a un segundo plano.
Si bien Itálica no había tenido una inclinación política destacable, sí que había desarrollado un sistema militar que había permitido a algunos individuos, como el mismo Trajano, medrar en la esfera política y administrativa. De este modo, al haber sido capaz de generar a un emperador cuyos orígenes se remontaban a una de las muchas provincias del gran imperio, fue Itálica la que promovió el auge de la importancia de las mismas.
No quedándose ahí la importancia de esta ciudad, el legado italicense de Trajano continuó con su sucesor Adriano, formado en la nueva Itálica que acababa de surgir, ciudad que lo impulsó, marcando así un antes y un después en la historia de uno de los mayores imperios que el mundo antiguo hubiese conocido.
Con el auge de estos grandes líderes que enaltecieron al Imperio, la estimación de la ciudad, que si bien había ido creciendo a lo largo del tiempo, se igualó a todas las demás ciudades de la península originaria de Roma, un acto simbólico que a mí me hace pensar en el significado subyacente de este hecho, el simbolismo que aquellos emperadores (que en realidad no eran más hombres que ninguno que ha habitado nuestra tierra, que ama y siente al lugar que lo vio nacer) pusieron en el pie de las colinas del Aljarafe.
Anfiteatro de Itálica en su actual estado. |
Y, a pesar del legado que esta ciudad dejó para la posteridad, del que todas las civilizaciones posteriores que han habitado este lugar han bebido, y los precedentes que ayudó a construir al influir de tal manera en la historia de Roma, Itálica permanece aún semienterrada, sin que el velo del olvido se haya retirado del todo, y quedando su monumentalidad reducida a la sombra de varios edificios que no representan ni la ínfima parte de lo que en su día fue. El expolio y el desinterés demostrado por algunos aspectos que podrían arrojarnos algo de luz sobre esta manifestación social por parte de propios investigadores (si bien no deberíamos generalizar con todos) hacen de él para mí un desierto espiritual por el que el fantasma de los que vivieron aquí aún vagan.
La vida de estos parajes quedó silenciada con las culturas que pisaron sobre las huellas que Itálica dejó, y ante la impotencia de no poder remediarlo, guardo aún un ápice de esperanza, y me reconforta pensar que las nuevas generaciones de arqueólogos que habitarán el mundo podrán hacer que este lugar brille con su propia luz, que se resiste todavía a encenderse.
El pueblo que hoy en día existe sobre este antiguo emplazamiento descansa sobre el lecho de la cultura que albergó hace tiempo, de una época dorada y de unos siglos acallados con el paso del tiempo, de los que a mí, personalmente, no me queda más que desear y soñar haber podido contemplarlos con mis propios ojos, y haber visto un simple ejemplo de lo que la vida romana pudo habernos ofrecido.
Espero que esta breve reflexión haya animado a alguien a interesarse más por este pequeño paraíso, y si quiere ampliar más su conocimiento al respecto, recomiendo “Itálica-Santiponce. Municipium y Colonia Aelia Augusta Italicensium”, de Caballos Rufino.
Artículo escrito por Camino Aneira Baines García.
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